PABLO CASTAÑO / FÉLIX HERNÁNDEZ

Dos hombres, guapos y sonrientes, con su recién llegado bebé en brazos. Es la imagen más típica de las empresas de gestación subrogada, que usan sistemáticamente a las parejas gais como reclamo comercial, presentándose como entidades gay friendly que permiten a estas nuevas familias cumplir su sueño de tener un hijo con sus mismos genes y, a ser posible, lo más parecido a ellos. Ya es hora de que los gais rechacemos esta utilización interesada y nos opongamos a esta nueva forma de mercantilización de los cuerpos de las mujeres, que además pone en peligro cualquier intento de emancipación real de gais, lesbianas, bisexuales y trans y supondría un paso adelante de un modelo neoliberal de sociedad que atenta directamente contra el colectivo LGTB.

Fue el movimiento feminista el primero que cuestionó las jerarquías de género que oprimen tanto a las mujeres –sobre todo a las lesbianas y bisexuales– como al resto de grupos que no nos ajustamos al modelo heteropatriarcal (hombres gais, bisexuales y trans). Cuando las feministas consiguieron el derecho al voto y la igualdad legal, cuando se abrieron hueco en el mercado laboral, cuando obligaron al Estado a legislar para proteger sus derechos sexuales y reproductivos… no solo estaban obteniendo importantes victorias concretas para ellas, también estaban desestabilizando el orden heteropatriarcal que nos aplasta a lesbianas, gais, bisexuales y trans. Por eso, es descorazonador ver a algunos gais apoyar una nueva forma de mercantilización de los cuerpos de las mujeres, justamente ahora que la cuarta ola del feminismo está abriendo un nuevo horizonte de libertad para todas. Como argumenta Beatriz Gimeno, la legalización de los vientres de alquiler supondría convertir los cuerpos de las mujeres en objetos de compraventa, por lo que es rechazable cualquier regulación de la gestación subrogada que contemple el ánimo de lucro. Además, como gais tenemos razones particulares para oponernos a la legalización de esta práctica.

En primer lugar, las empresas de vientres de alquiler presentan una imagen totalmente deformada del colectivo LGTB. ¿De verdad tener hijos con sus mismos genes es una prioridad para la mayoría de los gais? Es más, ¿son muchos quienes pueden permitirse los miles de euros que cuesta alquilar un vientre? El problema es claro: por un lado, estas empresas hacen pasar los deseos de algunos gais de posición acomodada por derechos del colectivo LGTB, una generalización que oculta que una gran parte del colectivo son mujeres, cuyos úteros y cuerpos quedarían legalmente transformados en mercancías si se permitiese la gestación subrogada, reforzando la injusta posición dominante que los gais hemos tenido tradicionalmente dentro del colectivo LGTB. Además, estas empresas reproducen el estereotipo de los gais como un grupo económicamente favorecido, una caricatura que oculta la diversidad de clase del colectivo.

Otro problema de la gestación subrogada es la reproducción, dentro del colectivo LGTB, de valores heteropatriarcales que consideran más deseable la filiación genética entre padres e hijos que la filiación por adopción. Es un intento de reforzar la idea de la familia natural heterosexual como objetivo máximo para la integración de las parejas homosexuales en una sociedad en la que las identidades son definidas por las aspiraciones de los hombres heterosexuales. No es casualidad que dentro del colectivo LGTB se reproduzcan de forma espeluznante discursos cargados de homofobia en los que determinados atributos asociados tradicionalmente a la masculinidad son más valorados que comportamientos supuestamente afeminados. Solo hace falta echar un vistazo a aplicaciones como Grindr para encontrar unos imaginarios hipervirilistas que poco tienen que envidiar a la agresiva homofobia de los ambientes sociales dominados por hombres heteros. La aceptación por parte de muchos gais del pensamiento heterosexual sobre la paternidad y el desprecio de lo femenino introduce dentro del colectivo modelos de conducta y pensamiento homófobos, siguiendo una lógica asimilacionista.

El neoliberalismo contra el colectivo LGTB

Más allá de la amenaza que la legalización de los vientres de alquiler supondría para la unidad y la lucha del colectivo LGTB, esta propuesta es representativa del proyecto neoliberal, que supone la extensión de la lógica de mercado a cada vez más esferas de la vida y que afecta de forma específica a gais, lesbianas y trans y bisexuales.

Una década después del crack de 2008, los rescates bancarios y la austeridad no parece necesario insistir en cómo el neoliberalismo es una amenaza tanto para las vidas de las personas como para el mantenimiento de un planeta habitable, donde la crisis medioambiental se vuelve más evidente cada día. En el contexto de precariedad laboral promovida por las políticas neoliberales de flexibilización del empleo y recorte de los derechos de los y las trabajadoras, quienes sean víctimas de discriminación por su orientación sexual o identidad de género se encuentran en una posición de mayor vulnerabilidad, optando en muchas ocasiones por resignarse a soportar la situación o abandonar su puesto de trabajo. Además, esta misma precariedad económica y laboral refuerza los vínculos de dependencia de los individuos respecto a sus familias, que en muchos casos son el único soporte económico y emocional disponible, pero en ocasiones también son el principal lugar de opresión para las personas LGTB. Esta dependencia puede obligar a muchas lesbianas, gais, bisexuales y trans a vivir en entornos familiares opresivos, impidiéndoles desarrollarse plenamente como individuos.

Por otro lado, en un contexto de recortes presupuestarios muchos centros educativos carecen de la financiación necesaria para aplicar los programas de educación en diversidad sexual y de género que ya están recogidos en las legislaciones autonómicas, y que representan el resultado de décadas de lucha del movimiento LGTB por promover la igualdad desde la infancia. Sin un modelo económico, político y social que refuerce los servicios públicos, atienda a las necesidades de cuidados de las personas y favorezca la emancipación material de los individuos, toda conquista de derechos amenaza con quedarse en un reconocimiento formal del que solo podrán disfrutar algunos.

Los hombres gais tenemos la responsabilidad de oponernos a la legalización de los vientres de alquiler, una forma de explotación de los cuerpos de las mujeres intolerable desde el punto de vista feminista, que amenaza con romper los vínculos que unen al colectivo LGTB y además refuerza un modelo neoliberal que golpea con especial dureza a gais, lesbianas, bisexuales y trans. Como escribieron Amy Gluckman y Betsy Reed, no se trata de ver al colectivo LGTB como un grupo de interés más, cada uno intentando mejorar su situación dentro del sistema existente. Más bien, se trata de utilizar la experiencia LGTB para “iluminar la injusticia y mostrar qué cambios económicos, sociales y políticos mejorarán las vidas de gais y lesbianas – y de todos los demás también”. Precisamente por esto es necesario que en el colectivo LGTB tengan voz y se articulen políticamente tanto nuestras experiencias comunes de opresión heteropatriarcal como las experiencias particulares determinadas por nuestra etnia, género y clase. Solo así podremos abrir puertas a modos alternativos de coexistir donde todas tengamos cabida y avanzar hacia una sociedad más libre y más igualitaria.

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